El reloj me comía las zapatillas, y cada aguja desataba los cordones impidiendo mi avanzar.
Tres pasos, uno lentos y otro dos más rápidos para despistar al tiempo.
Con la misma prisa me subí a la micro, puse mi tarjeta con la misma seguridad de quien compra una sopaipilla en plaza Italia.
El chofer me miró con las cejas más negativas del mundo y bueno, me baje y camine por dos horas. Al menos no volví a ver nunca más esas cejas del "No".
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